domingo

Bye bye 2009

Ocurre todos los años por estas fechas, ocurre y no trato de evitarlo, porque en el fondo me reconforta, y me refiero a esa predisposición a que en el balance de lo ocurrido durante el año, el platillo de las cosas malas se pulverice como papel quemado.

Quiero una vez más, quedarme con lo bueno, con lo que me ha hecho feliz, con lo que ma hace la vida más fácil, con lo que me emociona, con lo que me hace sonreir, y dejar en la caja negra del 2009 todo aquello que hace que a veces pierdas la ilusión, la paciencia y la confianza.

Brindo por mantener esta felicidad algo más que moderada, por generar la ilusión necesaria para vivir al otro lado de la amargura, porque los míos sigan como hasta ahora...

Bienvennido 2010

martes

La prima del "Chino"

Advertida de un frío aterrador y bajo amenaza de lluvia, emprendimos el viaje como el que planea una excursión a la Antártida, otorgando preferencia en el bolso a la pelliza en detrimento de esos potingues de los que soy tan asidua. La única extravagancia fue depositar en el neceser un par de muestras de Cartier que no han logrado disipar el tufillo a hoguera, algo que dicho sea de paso, es mucho más llevadero que el irrespirable humo de los tizones: que lo diga una adicta a la nicotina tiene cojones. Pues sí.

Que en cuestión de hora y media recorriéramos más de la mitad de la oferta hostelera de un pueblo de tres mil quinientos habitantes, dio como resultado una media tajada vespertina a esta que escribe, que en cuanto me sacan de la cocacola me pierdo y veo muestrarios de pollas donde sólo hay dedos, pero ¡qué dedos!

Escalofrío siento de imaginar esas manos que podrían convertir una caricia por la espalda en un trasiego de chorizos despeñándose. No caí en la cuenta en aquel momento de poner atención en otra parte de su cuerpo, tal obnubilación me produjo la carnosa caja de Farias sobre la mesa, y mejor que así fuera, porque si en ese momento me da por mirarle a la cara y en vez de un pozo me encuentro con una nariz humana, juro que pego un telefonazo a mi padre y con la taladradora en modo percutor, barrenamos hasta hacerle un orificio del tamaño de esos dedos antes de que el buen hombre muera por no haber podido desalojar mocos en años.

Sobre medianoche, el sueño acumulado y los madrugones -también acumulados- comenzaron a hacer estragos. Qué lejos estoy de parecerme a la que un dia fui. Mientras Antonio y Jose finiquitaban una ración de magro con tomate en el Chaplin, a mi se me saltaban las lágrimas de sueño, muy fuerte, maricón, así que mi prima, que es muy larga y me conoce como pocos, anduvo sueltísima y eficiente cuando nos invitó amablemente a marcharnos a caer en brazos de Morfeo. Yo andaba justa de ganas, la verdad, más que nada por el miedo que me daba la sola idea de pernoctar en una casa desconocida sin más compañía que la de mi adorable contrario, que es tanto o más cagón que yo, pero tiene un sueño más voraz y lo disimula bastante. Me atormentaba la idea de que en aquella misteriosa casa -por desconocida- hubiera muerto alguien en la misma cama sobre la cual iba a pasar unas cuantas horas, y me tranquilizó muy poco la sonrisa de ana quitando importancia al asunto.

A quien nos conozca no le resultará nada difícil comprender que dos cuerpos como los nuestros en una cama como aquella, deja poco espacio para que ni siquiera el fantasma de un difunto -Darín, esta me la pagas- pueda colarse entre las sábanas, pero un ruido que parece que sólo yo oía se me metió en la cabeza, y ni aún encendiendo las luces pude averiguar su origen, así que presa de la ansiedad -y del medio pedo- tiré por la calle de en medio, me tapé hasta las cejas, y rogué en silencio que no se me apereciera ni un muerto ni un vivo. La cosa funcionó hasta las 4:00 de la mañana: un dolor de muelas me desveló por completo.

Desperté a mi roncador para que me trajera un vaso de agua, más que nada porque si me tengo que levantar yo, sólo de imaginarme que en mitad del pasillo me cruzo con el difunto, en vez de ir al concurso de las migas habriais tenido que velarme allí mismo, y el espidifén de albaricoque -lo aconsejo enormemente a los amantes del ibuprofeno- me proporcionó casi otras dos horitas de sueño, porque justo a las 06'00 sonó la alarma del móvil, y por fín, una vez despierta y ubicada, esbocé una sonrisa placentera de pensar que el móvil es gilipollas y no consiguió engañarme porque no tenía que ir a currar y me quedaban tres horas de cama.

Cuando ya le había cogido el punto a la dichosa cama y casi había perdido el miedo nos levantamos, recogimos y apareció un vivo: mientras Jose cargaba el coche Daniel asomó tras la puerta de la habitación, lo que supuso algo más que un alivio.

Nos dirigimos a casa de Antonia, desfile de pijamas, porras calientes sobre la mesa, y una manzanilla que no era manzanilla "dale rabo de gato" decía Antonio. Pues rabo de gato, a mí los rabos no me asustan, querido. Es más, me daban miedo -en mi fantasía- las sartenes con patas, pero visto lo visto, casi prefiero una sartén con patas a un jamón con alas.

LLegamos al campo de fútbol, al que si tuviera que poner nombre de película le pondría La hoguera de las vanidades, no hay más que ver el pavoneo de manchegos con sus bolsas de pan cortado disponiendo las lumbres con la chulería que da la experiencia, no como mi chico y mi chino, que arrimaban los palos con la suela de las zapatillas como el que juega a la pelota en el patio del colegio.

El primer y gran descubrimiento del día fue Antonio. Dios, ese hombre me encanta! Sólo un tipo como él es capaz de llevar un remolque con todos los arreos -"preparos" que decis vosotros- para un concurso de migas y p'a poner un mercadillo si se tercia.
Llevar un gorrito así no lo lleva cualquiera, pero ya acabó de "enamorarme" esa tapita de jamón y queso en mitad del tenderete en el que lo mismo se podía encontrar un cucharón que una garrafa de gasoil. ¡Qué apañao!

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Si vas a dejar algo en la nevera acuérdate de cerrar la puerta que se escapa el frío
.

Contando con que la nevera es una jaula,y que ya me había "conquistado" sólo puedo decir que es un auténtico personaje con un sentido del humor a la altura de su hospitalidad.

En vista de que los expertos en materia de hogueras ya lucían fogatas resultonas y a la mía le quedaban años luz para convertirse en ascuas, me dispuse a cortar la panceta y el chorizo y preparar mis cositas. Le confesé a Antonio que mi gran temor era que jamás había guisado en lumbre, y acabo de desarmarme con esa frase:
"me vas a decir tú a mí que es lo mismo hacer unas migas con la catalítica esa que sobre el fuego", pues no Antonio, yo, antes me doy un pespunte en los morros que llevarte la contraria, aunque llames
catalítica
a la vitrocerámica.

Debo admitir que las pasé putas con el humo, que me costó hacerme con la sartén, que por un momento pensé que haría el ridículo más espántoso ofrenciedo mis migas vallecano-andaluzas al jurado, pero cuando caí en la cuenta de que el objetivo principal era simplemente pasar un buen rato, liberé tensiones, me puse mi delantal de corazones por montera, me pegué tres bailes paleta en mano y con una coca-cola que me trajo mi chico me quedé como nueva. Mi mayor objetivo se había cumplido, así que sólo me quedaba seguir dsifrutando de la compañía lo que quedaba del día.

Me emocionó escuchar por los altavoces que Antonia había quedado entre los cuatro finalistas, quizás porque representaba la figura de mis abuelas, de todas las abuelas del mundo, y más tiesa que una vela y con más coraje que salud se presentó tan flamenca con su saco de pan y sus ganas, y su nietos y su pena de pensar que "ya es el último año que voy, quién sabe dónde estaré el año que viene". Ellos pensaban que lloraba de la emoción de que hubiera ganado, yo lloraba porque se me había quedado grabada una frase que me dijo mi prima la noche de antes.

Os hemos puesto en la cama tres mantas, no creo que paseis frio, además mi suegra ha quitado de su cama las sábanas de franela y las ha lavado y me ha dicho que os las pusiera para que esteis más calentitos. Por eso lloraba. Porque no había ganado la madre del Chino, ni la suegra de mi prima, ni la abuela de Daniel, había ganado la señora que se había quitado las sábanas de su cama para que nosotros durmiéramos bien.

Lo de menos, es que finalmente la rumorología se convirtiera en ciencia y obtuviera un premio con mis migas ansiosas.


Y sin más dilación, paso a detallar mis premios del día:

- A Antonia por su admirable coraje
- A Antonio por su generosidad sin límite
- A los amigos del chino por su hospitalidad y calidez
- A Alejo, Merce, Antonio, Nuria y sus proles respectivas, por su compañía. Con mención especial a los abrazos de Claudia.
- A Ana por lo que ella y yo sabemos, que es más que sangre
- A Daniel por su facilidad para entenderme y su amor incondicional
- A mi amor porque ser mi cómplice es muy difícil y lo consigue sin morir en el intento
- Al Chino por ser el mejor anfitrión y porque de manera indiscutible me quedo con el sobrenombre de la prima del Chino, y espero poder inscribirme con ese nombre tantas veces como pueda

A todos, gracias por hacernos sentir en nuestra casa

miércoles

Sartenes con patas

Dispuesta estaba y estoy a tirarme una tarde entera picando pan, a que nos caiga el chaparrón del siglo, a morir en el intento de unas migas exitosas que se conviertan en auténtico fracaso por esa extraña ley según la cual, resulta tan fácil cagarla cuando lo normal es que fuera lo contrario, fíjate, que con lo que me va un perfume, hasta no me importaría volver ahumada y oliendo a morcilla a la brasa, a pesar de que la morcilla me da un asco de morirme; hasta me había comprado una sartén hermosa, moderna y antiadherente, que lo que tienen en tu pueblo de vanguardistas vendiendo pan migadito - ¡bendito sea el señor!- lo tengo yo pa mis cacharros de cocina, que tengo una sartenes rosas como la mismísima pantera, que serían la envidia de la Barbie, en el hipotético caso de que la Barbie se metiera en estos fregaos culinarios en los que yo me meto pa desestresarme… y al final acabo de los nervios…

Hablábamos de lo poco que queda para el que a partir de ahora -y con o sin tu permiso- paso a nombrar como el concurso de los cojones, cuando al decirte tan ufana y orgullosa que hasta una sartén me había comprado para el evento soltaste esa frase diabólica que desde ese mismo instante retumba en mi cabeza: pero ¿será con patas, no?

No Ángel no, no es con patas.

Las patas son para las sillas, para las mesas, para las jirafas, para los perros, para los revolcones –a cuatro patas, claro- , y para todo cuanto se te ocurra, pero en mi casa no entra una sartén con patas; antes pego con loctite una gitana encima del plasma y pongo un pañito de ganchillo por encima del dvd, pero sartenes con patas –y tonterías- las justas.

Yo estoy acostumbrada a tener compresas con alas, pero una cosa es imaginar que alcanzas las nubes y descubres a qué huelen y otra bien distinta que yo abriera la puerta del armario de la cocina y viera como una sartén dobla sus patitas para coger impulso y saltar a la encimera con ímpetu atleta. Puestos a imaginarme la escena, soy capaz de visualizar como en su salto torpe y metálico se lleva por delante la botella del vinagre, la aceitera del pescado y el Tupper de harina para rebozar dejando el suelo de la cocina como el water de una gasolinera y me dan los siete males.

Por no hablar de imaginarme a la sartén dando paseos con las manos en jarrra –porque si tiene patas debería tener brazos y manos- manteniendo un monólogo terrorífico a la par que inmisericorde sobre lo divino y humano que es dotar de movimiento a una cacerola trasnochada… Eso me pasa por ver Ratatouille, que una vez que superas la musofobia no sólo eres capaz de entender a la rata cocinera removiendo con sus manitas cucharones que prometen sopas deliciosas, sino que estaría dispuesta a ver como se pelean el mortero y el almirez o como se enamora el rallador de queso del cuchillo de untar.

Ese tipo de sartenes tan arquitectónicas y almodovarianas hacen su menester en patios, corrales, chamizos y demás espacios rurales, mezclándose en el paisaje encalado con braseros, lecheras, trébedes y demás enseres, que no digo yo que no tengan su encanto; pero siento predilección por las sartenes con rabo: siendo mujer a la que le gusta manejar la situación no podría ser de otra manera. Las sartenes urbanas, Ángel, sólo con un buen mango/rabo para poder amarrarlas, allá penas si en los pueblos de España dejan en manos del azar o del capricho el alimento.