viernes

Frivolité

Ponerse al día siguiente de Reyes los regalos que te han traído éstos el día de antes, es una horterada. Pero es difícil resistir a la tentación. Aquel que primero pregunta, “qué tal se han portado los Reyes” está deseando que le preguntes por lo que le han traído a él/ella. Ocurre lo mismo cuando alguien se interesa por tus vacaciones, lo que está deseando decir, es “pues yo las cojo hoy”.

Se nota enseguida cuando alguien va de estreno, se nos pone cara de gilipollas y es como si lleváramos en la frente un cartel que dijera, “¿no ves que es nuevo? Pues dime algo” y a mí me encanta descubrirlo y callarme como una puta, que es lo suyo y lo que realmente mola, porque es justo lo contrario que se espera de los demás: convertir la evidencia en algo invisible, claro, que esto sólo lo haces con el hortera de manual que está deseando que le preguntes y que te importa un comino.

En el fondo, todos llevamos un hortera dentro, eso es verdad, la cuestión es disimularlo o exponerlo con dignidad.

Esos pañuelos tiesos como la mojama, esos bolsos que huelen aún a tienda, el brillo artificial y chabacano de unas botas nuevas, el hilito transparente que engancha la etiqueta y sigue enganchado después de extirparle el cartón del precio… son de una vulgaridad muy cotidiana, pero entre salir de una zapatería con los zapatos viejos en la caja y los nuevos en los pies, o almacenar cajas sin abrir, zapatos sin estrenar, cremas caducadas sin usar y bombones muertos, me quedo con lo primero.

Como hortera ocasional –y festivalera- soy de las que hacen un verdadero esfuerzo por no salir de la tienda con un abrigo de cachemir a finales de verano, justo cuando los pareos y bañadores dan paso a la “nueva colección” ayuda bastante poco, todo hay que decirlo, la temperatura, porque paseando entre abrigos a 15ºC cuesta creer que en la calle estén cayendo por encima de los 30ºC, que es cuando el asfalto parece estar a punto de fundirse y sale como un humillo ondulante desde el hormigón.

Es estrenar, en cierto modo, una terapia estupenda para reforzar la autoestima, porque aunque sea levemente, esta frivolidad al alcance de cualquiera nos otorga aunque sea por un momento, el atributo de la novedad, y eso, en un mundo en el que todo nace con fecha de caducidad, es mucho.

Hay una gran cantidad de gestos que de la forma más tonta pueden convertir un día normal en un día extraordinario y al revés. Por ejemplo, ese día en el que te levantas con mal pie, te cruzas con alguien por la calle que es capaz de apreciar la insultante belleza de un collar de 2 euros y te suelta, “Hola guapa, que bien te veo, … me encanta ese collar”… y es como si un hada te hubiese tocado con su varita mágica.

Por el contrario, hay gente que a nada que se lo proponga, te despacha un “qué mala cara tienes hoy” y te hunde en la miseria en un abrir y cerrar de ojos, lo que suele ser más habitual que un halago.

Necesitamos lo que en psicología se llaman “caricias verbales”, y sin embargo nos dedicamos la mayor parte del tiempo a repartir “hostias orales”, creyendo que es más reconfortante, y caemos en el craso error de señalar los defectos y tratar de ignorar los atributos; entre el abrazafaroleo y la condescendencia hay un término medio que deberíamos prodigar al prójimo más a menudo, porque reconforta tanto recibir un halago como hacerlo sinceramente, en vez de fruncir el ceño y poner morritos evitando mostrar que reconocemos en el otro algo que nos gusta…

Comportarse como una mujer de hielo, hierática y desalmada es, a veces, una frivolidad muy apetecible… pero es mucho más sano decir lo que una piensa y siente, aunque a veces lo uno lleve a lo otro… pero es en el menor de los casos.