domingo

Mezclum

De mis andanzas de hija única tengo mínimos y difusos recuerdos, esencialmente porque la unicidad me duró apenas tres años. Ya he contado en otras ocasiones la angustiosa reacción de aquel momento en el que mi madre trajo a mi hermana recién nacida envuelta en esas toquillas de perlé de antaño blancas como la nieve, y en cuanto hizo los honores de presentarme a la competencia, espeté un angustioso si, mami, es mi hermana ¿pero cuándo se la llevan? Y la cordura imponiéndose sobre el desasosiego: no cariño, se queda con nosotros.


La corona de mi reinado infantil estalló rompiéndose en añicos en ese mismo instante, y yo pensaba que esas cosas no ocurren en hijos plurales (gemelos, mellizos, trillizos…), pero hete aquí que he descubierto que en el mundo de la fraternidad -indefectiblemente esa palabra suena a clínica de pago- las luchas por el reinado son más encarnecidas si cabe. Quizás sea por el hecho de que los padres, es su afán de no hacer diferencias, no individualizan, llegando a considerar a su camada múltiple, pack indivisible, y claro, si no es antes es después, pero llega un momento en el que cada cual reclama su espacio y reivindica su personalidad por encima de las inevitables comparaciones.



El mundo de los bebés ha cambiado mucho. Qué lejos quedan aquellos viajes en el coche con todo el primerío en la ranchera, donde no había más cinturones que aquellos que nos enseñaban a modo de amenaza cuando nos deslizábamos más de la cuenta. Hoy por hoy, no hay mejor excusa para cambiar de coche que tener un bebé. Que claro, es que ahora a los bebés se les pasea mucho y de muy diferentes formas; antes pasábamos de brazo en brazo y ahora no se les pasea por los brazos, vaya a ser que se acostumbren, pero no les falta vehículo: cuco, canastilla, silla, maxicosi (que no sé lo que es pero debe venderse como churros porque todo el mundo habla de eso), trona, cuna, cuna portátil – supongo que esto es lo que antes arreglábamos juntando dos sillones – y alguno que mi conocimiento tan escaso del tema desconoce.


Yo tuve un capacho y una cuna. Una cuna hereditaria, por supuesto. No sé de quien la heredé, pero yo se la dejé en herencia a algún primo y a mis hermanos. Y estoy convencida de que eso de compartir barrotes une tanto o más que la sangre. Y cuando tuve edad para pasear como una señorita, me compraron un carro rojiblanco del que me acuerdo al lado contrario, empujando las asas y llevando a mi hermano diez años después.


Lo más moderno que había en el mundo de los carros era la sombrilla, tan moderno – y tan duro el puto flexo- que era más fácil colocarle una gorra a mi Paquito que andar girando el armatoste a merced del sol


Algo que también ha cambiado mucho – y a peor- es el tema del baño. Antes nos lavaban en cualquier cacharro en el que entrara un bebé sentado, menudos chapuzones me he pegado yo en un barreño de latón que tenía mi tía en el patio, también tenía una bañera de plástico verde, que a esa edad, es lo más parecido a la piscina del Parque Sindical, porque en la bañera ya se podían estirar las piernas y los brazos, y hasta simular que nadaba al estilo perrito, y de ahí directamente a la playa. Mi primera vez fue Cullera. Debía tener cuatro años y recuerdo una playa triste, de arena mojada-casi-barro y unas rocas perforadas feas y muchas gaviotas. Eso marcó para siempre mi gusto por las playas Bacardí con las que aún en foto babeo imaginándome rodeada de palmeras, sobre una hamaca confortable bajo un chulazo fibroso y bronceado a punto de verter sobre mi su agua de coco.


Todo esto venía -o quería venir a cuento- de unas pulseras que evitan los mareos y que provocaron una risa estruendosa una tarde de piscina que nunca volverá a ser igual.

Antes de comenzar las vacaciones empecé con esta entrada, que bien podría convertirse en salida, pero cuando abro puertas, que me cuesta, lo hago con la intención de que quien la traspase se quede, que no salga, por eso, si él no quiere - que al menos por ahora no querrá- no saldrá por mi puerta. Han pasado muchas cosas desde aquella tarde piscinera a pesar de que no ha pasado ni un mes, y yo desde mi ignorancia, habría preferido que nada hubiera cambiado, pero claro, bastante tiene una con su matrimonio como para orquestar los matrimonios de los demás

Estas vacaciones de bombas telefónicas ha sido sofocante tanto o más por las malas noticias que por el calor, que también. No quisiera sin embargo aludir a quien no quiera sentirse aludido, pero no quiero pasar por alto a Ana, a quien respeto en sus decisiones aunque no las entienda, a quien no querré más ahora pero sí mejor por la forma en la que demuestra -sin pretenderlo- una elegancia poco frecuente en estos casos, en los que lo más fácil es sacar trapos sucios, defectos y desmanes; que por supuesto, todos tenemos. De todas formas, cúanto me gustaría que donde hubo fuego quedaran cenizas capaz de avivar la llama.

Me cuentan sottovoce una desgracia de vecindario distinta, chabacana y delictiva, que en absoluto me sorprende, pero me inquieta. Nunca me ha gustado ese tipo, que no mira ni a los ojos, ni siquiera a la boca, porque su lascivia previsible le impide subir la mirada más allá del frunce que dibujan los pezones bajo la tela. Podría resumir diciendo que es un cerdo. Pero es mucho más que un cerdo. Por más que la chavala luzca el tanga dos cuartas por encima del pantalón, no debería confundir su libido enfermiza con una provocación, que de ser cierta, no justificaría que el tio -hijodeputa- quisiera adentrarse en la sobrina de su mujer en contra de su voluntad por varios motivos, en primer lugar porque eso es una violación, en segundo lugar porque es una menor, y en tercer lugar, porque por las venas de la chavala, corre la misma sangre que por la de sus hijas. Un hijodeputa en toda regla. Y su mujer conocedora de la situación -denuncia de por medio- le perdona porque le quiere y porque es el padre de sus hijas. Chata, no sé la capacidad de amor que tienen los demás, a veces incluso tengo seria dudas sobre la mía propia, pero no creo que fuera capaz de seguir viviendo con semejante sinvergüenza sabiendo lo que ha hecho.

Hasta ahora he soportado ser abnegada depositaria de la ronda de besos habituales a su llegada de esos viajes de camionero de mierda de casas de putas, que ya es tener educación y estómago, y sin entenderlo no evitaré la náusea cuando tenga que ver como te da un pico y como sus hijas salen en su busca cuando se acerca después de un viaje, pero por más que finjais que nada ha pasado por miedo a que el abuelo se entere y cualquier día se arranque los pocos pelos que le quedan por no arrancarle la cabeza al hijodeputa que ha violado a su nieta, me niego en rotundo a ser cortés, complaciente, diplomática, y simpática, que nunca lo he sido con él, porque se me atravesó el primer día que le oí decir “que no se muera la abuela, que aún tiene que criar a mis hijas”. Cabrón

Y por otro lado, la Baldomera, que en su descarada ignonimia, soltó en mitad de una conversación, que jamás perdonaría una infidelidad.


- Vamos a ver hija, que estás diciendo, porque hasta donde yo sé, no solo la permitiste sino que estuviste a punto de separarte.

- Hombre, es que no es lo mismo, cuando estuvo con la otra, mi marido venía a dormir a casa todas las noches.


Esta mujer, ya lo decía mi abuela, en una payasa. Con todas las letras P- A- Y- A- S -A

El verano tiene estas cosas, y por fortuna otras. Mañana de vuelta a casa, empezará una vez más la trágica rutina post vacacional del temido madrugón, las horas de luz escaseando, la limpieza tediosa del polvo reposado durante quince dias, las lavadoras, la arena de la playa emergiendo imprevisiblemente desde los pliegues del forro de la maleta, la nevera triste y helada como la soledad; pero llegará el recogimiento, y los fines de semana de rinconera y pelis, y el romanticismo del frío - el calor del verano es simple y llanamente sexual- y el objetivo de las próximas vacaciones en Navidad, y así se nos va la vida, yendo, viniendo, haciendo maletas, deshaciéndolas, esparciendo arena queriendo o sin querer