miércoles

Jamón de York

En cuanto el jamón de york entra en una casa de manera habitual, malo. No malo malísimo, pero suele ser síntoma de alguna dolencia.

En mi casa -supongo que como en la mayoría- somos más de jamón serrano, hasta el punto de que hace ya casi veinte años, nos inventamos una fiesta, con motivo de otra menos carnal, a la que bautizamos como "La Fiesta del Jamón", que celebramos todos los años el último domingo de Octubre, en el que de una sentá nos trinchamos un jamón y a Cristo por los pies si hiciera falta. Se ha desvirtuado un poco desde que al jamón lo acompañan unas aceitunas de la tierra, un bacalao con tomate made in Cuadritos que no tiene parangón, y esos primos hermanos del homenajeado manjar en cuestión, de los que soy más devota: lomo, chorizo, salchichón y colesteroleicos varios, como ese magnífico queso de mi madre. Por eso decía -y mantengo- que el jamón de york suele ser mal de muchos y consuelo de tontos.

Sea cual sea la dolencia que uno tenga, hay que comer jamón de york. Que digo yo, que cuando uno está "gastroenterítico" perdído no viene mal tan preciado fiambre, pero en la práctica su uso es mucho más extenso: que te duele una muela, cómete un poco de jamón de york; que estás con astenia primaveral y no te apetece probar bocado, cómete aunque sea un poco de jamón de york; que te han operado de un juanete y no puedes andar, un poco de jamón de york no te va a quitar el dolor pero te sentará bien...

Hace buena coyunda el jamón de york con los yogures y los zumos, nunca he entendido muy bien ese trinomio lacteo- agridulce, pero tiene su gracia.

Pasa algo parecido cuando sales de viaje, aunque sea a 90 km de tu casa. Me explico, una se puede tirar ocho horas currando sin pegar más bocado que un triste café de máquina, o tirada en el sofá toda la tarde sin asaltar la nevera, y en cambio, sales de viaje para un par de horas, y preparas para el camino una bolsa que más de una querría para pasar la semana, a saber: los bocadillos, las cocacolas, las patatas fritas, los gusanitos, unas galletas con chocolate, los chicles,... vamos, que o te pegas el atracón y dejas el coche como si fuera un estercolero, o cuando llegas a destino te toca comerte el bocadillo de tortilla como si fuera un bollycao al que en vez de chocolate le han metido un plástico amarillo salado como los perros.

No se aconseja el jamón de york para relleno de bocadillos viajeros, dicen que se agría con facilidad y es enemigo de los calores, como la tortilla de patatas o la ensaladilla rusa.

LLeva una temporada mi madre que compra jamón de york en cantidades industriales,y mis tias van y vienen con merluzas frescas y relucientes, y filetes de ternera rosados y jugosos, y hasta esta que escribe se pasa la tardes inventando recetas de evasión -para mí que me distrago mientras las preparo- y victoria, como si el alimento fuera la llave que devuelve la salud. Debe ser así, mi padre tiene un aspecto inmejorable, sonrosado como los filetes, fresco como la merluza, activo como los bífidus esos de los yogures... para comérselo, como esas torrijas de vainilla con almíbar de ron que inventé hace unas tardes como sortilegio ante la tristeza.

Es un gesto muy amoroso ese de preparar comida a quien quieres, pero no lo es menos -aunque mucho más sacrificado- subir de rodillas a Guadalupe, llamar todos los días, sentir que en las buenas noticias y en las malas, hay tantos hombros alrededor... gracias por lo que siento y no sabría escribir, a mis tias, a mis tios, a mis primas y primos, a los extremeños Pedro y Manolo, a Estíbaliz por mover los hilos, a Ana P. por su interés, a Angel por tener amigos en el infierno y ayudarnos a salir de él de la mano de Gema, a mis ángeles que siempre están aunque no ya no estén, a Lourdes y Yoly por entenderme como ni siquiera yo misma me entiendo, a Inma V. por su carne de gallina , a Ignacio M. por su "tatuaje" de vida y sus dosis de ánimo incomparables, a Azucena y Paquito porque por primera vez hemos sentido lo mismo en el mismo momento,a mi amor y a los vuestros por estar, ser y sentir a nuestro lado, a mi madre por multiplicarse y por transmitir fortaleza desde el pánico, y por último a mi padre; gracias papá por sobrellevar nuestra angustia mal disimulada y tranquilizarnos sin el menor atisbo de flaqueza y una fortaleza imbatible.

Hala, ya lo se soltado, me quemaba en la garganta. Ahora, toca merendar... y para pasar el trago, no se me ocurre nada mejor que un zumito con un poco de jamón de york

jueves

Medina

Por más que nadie permanezca del todo ajeno a lo que ocurre alrededor, hay cosas que uno sólo acostumbra a ver desde muy lejos, como si de una forma extraña pudiera protegerse de ese tipo de cosas que sólo se ven en la tele o sólo le ocurren a los demás. Y por más que uno se empeñe en negarse a la realidad, llega un día, casi siempre de manera más o menos inesperada, en que la realidad te suelta una verdad brutal, y te despierta a hostias de esa especie de ostracismo en el que vivimos de espaldas al mal ajeno.


Y por más que resulte difícil escribirle una carta, hasta hace un mes había tenido la suerte, la enorme suerte, de no tener que vivir una situación más difícil que escuchar de la boca de un compañero suyo que tenía -como en el chiste- dos noticias que darnos: una buena y una mala. “la mala es que tiene un cáncer en el colon, la buena, es que es posible el tratamiento”.


En ese momento, no existe buena noticia después de la mala, es con el tiempo cuando repasas mentalmente todas y cada una de las palabras: intervención, tratamiento, curación.


Hoy hace un mes de aquella noticia. Y dos días desde la operación. Ha pasado poco tiempo y sin embargo tengo la sensación de que ha sido interminable. No sé lo que ocurrirá a partir de este momento, supongo que tendremos que vivir la vida según venga.


Esta carta nace con vocación de agradecimiento y por ello, le doy las gracias por explicarnos lo inexplicable, por su paciencia ante nuestra impaciencia, por permitirnos depositar en sus manos nuestra confianza, por transmitirnos tranquilidad frente a un desasosiego que no conocíamos, por desvelar a voz en grito el secreto de su sonrisa temprana.


El mayor atractivo no son sus canas, ni su facilidad de palabra, ni su hechura de galán maduro, su mayor atractivo es la cercanía que trasmite a pesar del “usted” que emplea con respeto y sin ambages y esa extraordinaria facultad de transformar el pánico en esperanza, ese es su imán, por eso, indefectiblemente, nos ha conquistado.

Sería injusto por mi parte no hacer extensivo mi agradecimiento a sus colegas, desde el doctor kilométrico con nombre de folklorista argentino, Atahualpa, a Pedro, el doctor más solícito -y guapo- del Gregorio Marañón. Gracias a quienes no podría poner nombre ni cara y sin embargo han trabajado con usted y han participado de la curación de mi padre.

Probablemente sea una carta prematura, pero llevaba días queriendo recuperar mi pasión por la escribanía y no he encontrado mejor motivo para hacerlo. Hace una semana mi padre se retorcía de dolor y en este momento está saboreando un puré de calabaza con el ansia controlada, y aún, cierto temor, a que el puré no encuentre la zona de salida y se pierda por sus tripas, aún revueltas.

Esta plañidera ocasional que escribe ha recuperado la sonrisa -y casi el sueño- y como si de una groupie quinceañera se tratara, luce y muestra orgullosa el mejor autógrafo: una casi imperceptible costura de unos diez centímetros en ese tramo de piel en el que hace sólo dos días se alojaba un "okupa" de mal pelaje.

Gracias por la firma, Medina. Gracias.