jueves

Medina

Por más que nadie permanezca del todo ajeno a lo que ocurre alrededor, hay cosas que uno sólo acostumbra a ver desde muy lejos, como si de una forma extraña pudiera protegerse de ese tipo de cosas que sólo se ven en la tele o sólo le ocurren a los demás. Y por más que uno se empeñe en negarse a la realidad, llega un día, casi siempre de manera más o menos inesperada, en que la realidad te suelta una verdad brutal, y te despierta a hostias de esa especie de ostracismo en el que vivimos de espaldas al mal ajeno.


Y por más que resulte difícil escribirle una carta, hasta hace un mes había tenido la suerte, la enorme suerte, de no tener que vivir una situación más difícil que escuchar de la boca de un compañero suyo que tenía -como en el chiste- dos noticias que darnos: una buena y una mala. “la mala es que tiene un cáncer en el colon, la buena, es que es posible el tratamiento”.


En ese momento, no existe buena noticia después de la mala, es con el tiempo cuando repasas mentalmente todas y cada una de las palabras: intervención, tratamiento, curación.


Hoy hace un mes de aquella noticia. Y dos días desde la operación. Ha pasado poco tiempo y sin embargo tengo la sensación de que ha sido interminable. No sé lo que ocurrirá a partir de este momento, supongo que tendremos que vivir la vida según venga.


Esta carta nace con vocación de agradecimiento y por ello, le doy las gracias por explicarnos lo inexplicable, por su paciencia ante nuestra impaciencia, por permitirnos depositar en sus manos nuestra confianza, por transmitirnos tranquilidad frente a un desasosiego que no conocíamos, por desvelar a voz en grito el secreto de su sonrisa temprana.


El mayor atractivo no son sus canas, ni su facilidad de palabra, ni su hechura de galán maduro, su mayor atractivo es la cercanía que trasmite a pesar del “usted” que emplea con respeto y sin ambages y esa extraordinaria facultad de transformar el pánico en esperanza, ese es su imán, por eso, indefectiblemente, nos ha conquistado.

Sería injusto por mi parte no hacer extensivo mi agradecimiento a sus colegas, desde el doctor kilométrico con nombre de folklorista argentino, Atahualpa, a Pedro, el doctor más solícito -y guapo- del Gregorio Marañón. Gracias a quienes no podría poner nombre ni cara y sin embargo han trabajado con usted y han participado de la curación de mi padre.

Probablemente sea una carta prematura, pero llevaba días queriendo recuperar mi pasión por la escribanía y no he encontrado mejor motivo para hacerlo. Hace una semana mi padre se retorcía de dolor y en este momento está saboreando un puré de calabaza con el ansia controlada, y aún, cierto temor, a que el puré no encuentre la zona de salida y se pierda por sus tripas, aún revueltas.

Esta plañidera ocasional que escribe ha recuperado la sonrisa -y casi el sueño- y como si de una groupie quinceañera se tratara, luce y muestra orgullosa el mejor autógrafo: una casi imperceptible costura de unos diez centímetros en ese tramo de piel en el que hace sólo dos días se alojaba un "okupa" de mal pelaje.

Gracias por la firma, Medina. Gracias.

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