lunes

Galería del coleccionista

Hoy estoy de mala hostia. Supongo que tiene mucho que ver, que ayer me eché una buena siesta y por ese motivo no he pegado ojo en toda la noche.

Cuando una está de mala leche, es como si todo el universo se confabulara contra una para joderle aún un poco más, y en medio de ese caos de encabronamiento, aparece algo o alguien que hace que la botella aparezca menos vacía, quizás una simple llamada.

Recibí esta mañana una llamada que duró unos tres minutos, y fue suficiente para aislarme durante ese tiempo y tomar aliento. Exactamente alentadora. Spice & cute!

Andaba yo absorta en mis cavilaciones malafollísticas, cuando me ha venido a la cabeza la imagen de alguien a quien en su día tuve un gran cariño y hoy tengo un respeto lo suficientemente mínimo como para no preocuparme en absoluto el espantoso ridículo que lleva haciendo ya demasiado tiempo.

Perdió cerca de 20 kilos, entre los cuales debió colarse una cantidad considerable de gramos de masa cerebral a tenor del comportamiento que trajo tal reducción. Continuó en su devenir de polvos infanticidas, qué gracia de catálogo de señoritas, todas ellas finas como el coral y delicadas como las hojas del aloe vera, casi más efectivas que el spinning.

Qué curioso este caso a mitad de camino entre Benjamin Button y Anita Obregón, otra que tal baila, que a media hora de los 60 se viste como si le estuvieran creciendo las tetas y le acabara de bajar la regla.

Enamorarse a los 15 años de un señor de 40 es un tópico como el del señor de 50 que se pirra por la chavala de 20... la diferencia, supongo, radica en que prefieras aprender a enseñar.

Al señor al que me refería le encanta ennoviarse -qué palabra más antigua- con chavalitas de las que más que un ligue parece el padrino de boda, o uno de esos puteros horteras de antaño que le ponían un pisito a la amante para retozar entre sábanas propias, pero no tiene esos detalles, todo lo más, invita a cenar a restaurantes de cómida rápida y regala esstribillos.

Desde luego tiene más de latin que de lover aunque no debe hacerlo del todo mal, podría tatuarse los nombres de cada una de sus conquistas y no le quedaría libre ni el badajo.

Su penúltima conquista me descuadra un poco, pero no me disgusta, es más, me hace muchísima gracia, tanta, que esta mañana caótica se ha roto a golpe de carcajada al ver la pose amorosa de una adolescente con ínfulas de calientabiberones enfundada en un chandal de rayas a las puertas del colegio. Ole ahí qué arte!

Te has tomado al pie de la letra eso de beber de la fuente de la juventud, tan fresca y potable como esa colección de coñitos cimbreantes que te asedian, pero me mata la curiosidad; en tu afán regresivo a la adolescencia ¿te ha dado también por merendar panteras rosas mientras ves el Disney Chanel?

Prometo que la próxima vez que nos veamos, te llevo un Kinder... si es que no te regalan uno antes. Relindo.

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