lunes

Nones

Yo soy de una generación que recuerda cosas de hace 30 años y eso es muy difícil de asimilar cuando te consideras joven, pero con todo y con eso, estoy orgullosa de pertenecer a ella. A las de mi generación, de pequeñas no nos gustaban las legumbres ni las verduras y hoy nos pasamos horas en la cocina preparando tupper de cremitas de calabacín, cociditos madrileños y demás manjares de las dieta mediterránea. Cosas de la edad, supongo. Casi todo aquello que nos provocaba la nausea más atroz, es hoy en día ingrediente básico de cualquier guiso: pimiento, cebolla, tomate, ajo. He de admitir que no he conseguido superar en el paladar la textura de la cebolla cocida, pero no renuncio a ella: la trituro, la camuflo, la aparto, pero es un sabor imprescindible y por tanto, no prescindo de el en mis guisos.

Hay una generación posterior a la mía críada a capricho entre empanados, rebozados, filetitos, croquetas, hamburguesas -sin cebolla- , pizzas, colacaos y bollería industrial; lo que además de representar una serie de carencias fundamentales para el organismo, y por extensión un cúmulo de calorías considerable, supone un auténtico quebradero para las generaciones anteriores, y un descalabro para las venideras.

En una casa, normal, de barrio, debería comerse de todo. Lo que es inadmisible es que la dieta se limite a los caprichos que antes he mencionado. Y más intolerable aúm que una familia tenga que amoldarse a los gustos de una pollita caprichosa que se cierra en banda y enarbola la bandera del NO ME GUSTA en cuanto la sacas del jamón de york, y las chuches, por resumir un poco.

Me estoy haciendo mayor y por consiguiente algo quisquillosa, el envejecimiento neuronal se transforma a mi edad en una mala baba del copón que no siempre puedo controlar, lo que dicho sea de paso, no me preocupa lo más mínimo...

Invitar a esta muchacha a cenar, es como jugársela a los chinos con la certeza de que siempre van a salir nones

Yo puedo disfrazar una cebolla como una olla, hacer que un pescado luzca como un filete de ternera, confitar unos sesos, si me pongo, hasta convertirlos en marron-glacé de casquería... pero hasta el más fino pastel se me atraganta sólo de pensar cómo es posible que la pollita a la que me refería antes, se ponga de chuletas de cerdo como el tenazas, y diga que no le gusta la panceta... y lo que es más increíble: el chorizo. Vale que no pruebes el pescado, y que esa fobia te lleve a no comer aceitunas rellenas porque "las anchoas también son pescado"; vale que no sepas lo que es un panchito, que ya es mucho valer, y descubrieras hace tres tardes, como aquel que dice, que es ese grano rojizo que se aloja dentro de esa corteza capullar mundialmente conocida como "cacahuete", pero que no te guste el chorizo es una obscenidad inconmensurable.

Yo creo que no has probado un chorizo en tu vida, chata, ni frito, ni a la parrilla, ni en lonchas ni a bocao limpio, y a lo mejor es eso lo que te pasa. El dia que te de por probar todo aquello que dices que no te gusta, vas a descubrir lo que te has estado perdiendo durante mucho tiempo, porque sólo se me ocurre algo más triste que unas acelgas, y son esas croquetas de jamón de york de las que me dicen que eres devota. Y un consejo, guapa, que lo eres, esa brizna blanca que quitas del jamón serrano como quien pasa una lendrera en una cabeza comía de piojos, se llama tocino, y es la quintaesencia de un buen jamón, y me recorre un escalofríos indescriptible al ver como te tomas tu tiempo para quitarle la gracia a esas lonchas magnificamente cortas por mi Lolo.

Los gustos cambian con el tiempo, y eso, es la esperanza que nos queda, a tí, y a mí.

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